Tres
rosas
Tres rosas llevo clavadas
que me
están quitando vida
sangrando por las heridas
una a una,
gota a gota
de sus afiladas espinas,
que van marchitando el
color,
y sumiendo en la pena
mi alma y mi corazón.
Tres
rosas tengo clavadas,
una blanca, una amarilla y otra roja.
La
primera desgarró mi piel,
la segunda trizas mi corazón,
la
tercera aún más fiera
con más fuerza y pasión
de las
entrañas paso
desgarrándome el alma entera.
Una es de
color blanco,
la que menos penetró.
La otra vestida de
amarillo
la tristeza regaló.
La roja más traicionera
de
mi corazón robó
el color que mi sangre tuviera
y que sin
ningún pudor,
también arrebató mi alma
y a su alma dio
color.
La rosa blanca apareció
con espinas en bandera
el
día que la conocí
como rosa en mi puerta,
de la mano de un
amado
muy amado amigo mío,
compañero
de mi vida
mi hermano y amado amigo.
La segunda con más
fuerza
amarilla de tristeza
en mi corazón se clavó,
el
día que ella dichosa
su boda me anunció,
abrazada de mi
hermano
que feliz como yo debiera
yo en su lugar estuviera
no
rabioso ni celoso de dolor,
teniendo que aprisionar
ilusiones y
pasiones
que hasta entonces tenían alas
y volaban por los
rincones
de mi alma atormentada.
La más traicionera
rosa,
la que más me destrozó,
es la que siempre roja
roja
siempre de pasión,
clavándome las entrañas
y regocijándose
en su hazaña,
fue arrasando y destruyendo
desde el alma al
corazón
y lo poco que allí quedó,
desde el corazón al
alma.
Sedienta de dolor y sangre
continuó en mis
heridas
con sus espinas voraces
hurgando en las abiertas
y
abriendo nuevos cauces.
Cuando mi amado hermano
quiso que al
altar la llevase,
ella, vestida de blanco,
ella, cogida de mi
brazo.
Y delante del altar sagrado
a ella yo le entregase,
y
con ella mi esperanza,
mi vida, mi corazón, mi alma,
y lo
poco que de sangre
en mi cuerpo aún quedaba.
Tres rosas
siguen clavadas,
una roja, una amarilla, una blanca.
Dicen
que con el tiempo
el dolor va mitigando
pero el mío
continua
por la heridas sangrando,
que las espinas día a
día
sin tregua, sin descanso,
me siguen, clavando,
torturando.
Sin posible libertad
prisionero en la
cárcel,
que las rosas construyeron
para a mi corazón
atraparle,
con sus barrotes de espinas,
con sus barrotes de
sangre,
y para toda la eternidad
también mi alma,
presa
quedase.
Tres
rosas me quitan vida,
una blanca, una roja, otra amarilla.
En
el lecho de mi muerte
las tres rosas están presentes,
no
quieren sacar espinas
no quieren nada perderse,
orgullosas de
su obra,
orgullosas y complacientes.
Pero la bella rosa
blanca,
haciendo honor a su nombre,
va apiadándose de mí,
y
un poco reticente,
va sacando de mi piel
una a una, sus
espinas dolientes.
La triste rosa amarilla
aunque triste
está dudando,
pero la blanca convincente
le ayuda y van
arrancando,
una a una las espinas,
que dentro de mi corazón
la
amarilla fue clavando,
la
rosa roja de sangre
de todas es la más cruel,
pero un poco
envidiosa
y sin nada que perder,
empieza a desclavar
las
espinas una a una,
pero le cuesta llegar
a la que clavo
profundamente
que ahora no puede sacar
y es la herida de
muerte.
Por ella la muerte entra,
la vida por ella
escapa,
porque es herida tan grande
que nadie ha podido
sanarla.
Y esa espina clavada
que nadie ha podido sacarla,
esa
a la tumba me lleva,
y es de la muerte mi compaña,
nunca pude
desclavarla
porque se clavó en el alma.
Viendo
que todo termina
las tres rosas despistadas,
no advierten que
una mano
sus alargados cuerpos atrapa.
Y con las ultimas
fuerzas
de la rabia desmedida,
voy arrugando su belleza,
las
tres se van marchitando
con la sangre de mis manos
que las
espinas malditas
en ella, de nuevo, están clavando.
Pero
no siento dolor,
¡ahora son ellas las que gritan!
sus venas
están sangrando,
y esta vez como vencedor,
les voy arrebatando vida y color
con las últimas gotas de sangre,
y del latido de mi corazón.
Tres rosas tenía
clavadas,
una amarilla, una roja, una blanca.
En la muerte
me acompañan tres rosas,
una blanca, una amarilla y una roja.